A lo largo de los años que llevo sirviendo a las personas en el propósito de Dios, he descubierto que pocas experiencias pueden ser tan dolorosas como perder a un hijo. El desconsuelo domina de tal manera que no permite de manera alguna que se instale el consuelo. Por algo no existe término preciso que pueda describir y definir dicha situación. No hay palabra alguna que pueda expresar lo que un padre o una madre sienten ante este hecho. El lenguaje y los idiomas dicen que hay viudos y viudas cuando un cónyuge desaparece de esta vida. Denominamos huérfanos o huérfanas a aquellos que han enterrado a sus padres, pero ante la muerte de un hijo, solamente existe una pregunta: ¿cómo se nombra a un padre o madre que pierde a un hijo? Pues bien, no existe lengua o idioma que logre darle nombre. Y es así.
En esta bendita nación, la noticia del fallecimiento de Renzo Antonelli, el pequeño de dos años de edad, al que le habían trasplantado el corazón, sacudió a todos los argentinos durante todo el día viernes. Hoy, sus restos serán inhumados en el cementerio privado Parque del Recuerdo, en su Corrientes natal.
También desde ayer los comentarios en los medios y en las redes sociales, pretendiendo mostrar solidaridad con los padres del pequeño y dar consuelos con palabras, solamente han logrado proclamar una herejía que por siempre ha conducido a millones al caos producto del error doctrinal y la mentira. Estoy refiriéndome a ese paradigma heresiarca que asegura que cada vez que muere un bebé o párvulo, el mundo debe regocijarse ya que en realidad Dios quiso crear un nuevo angelito para que ilumine el camino de los seres humanos.
Ante esto me es necesario ejercer la pedagogía profética. La misma fluirá siempre de las Sagradas Escrituras. Justamente, la Biblia nos dice que aunque un infante o bebé no haya cometido pecados personales los mismos pertenecen a la especia humana, una clase de criaturas muy especial y a la vez muy particular en sus aspectos existenciales. Por ende, los bebés y niños pequeños, son culpables ante el verdadero Dios, por la herencia e imputación del pecado.
La herencia del pecado es aquella que es transmitida por nuestros padres. El rey David enseñó lo siguiente: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). Como podemos meditar, David reconocía que aún desde la concepción él era un pecador. El muy triste hecho de que algunas veces los infantes mueren, demuestra que aún los pequeños son impactados por el pecado de Adán, puesto que la muerte física y espiritual fueron el resultado del pecado original de Adán (Romanos 5:12; comparar con 1ª Corintios 15:21-22). De hecho, las Escrituras revelan que no existe ninguna persona humana justa (Romanos 3:10-11); por cuando todos hemos pecado (Romanos 3:23). Por lo tanto, cada uno es culpable, desde su concepción, delante del Dios santo, justo sin importar cuán joven o cuán viejo es. Aún más, creer es un requisito necesario para la salvación (Juan 3:18-19; Hechos 16:31).
Ante esto no podemos negar que cada ser humano, infante o adulto, es culpable ante Dios. Cada persona humana ha ofendido la santidad de Dios. La única manera en que Dios puede ser justo y al mismo tiempo declarar justa a una persona, es cuando esa persona ha recibido el perdón por la fe en Cristo.
Sabemos, por la revelación misma de Su Palabra, que Jesucristo es el único camino para llegar al Padre. En el evangelio de Juan se registra lo que dijo Jesús, “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí” (Juan 14:6). También el apóstol Pedro declara en Hechos 4:12, “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” La salvación es una elección individual.
Pero la pregunta no deja de fluir en la mente de todo humano verdaderamente pensante. ¿Qué sucede con los bebés y niños que nunca alcanzaron la habilidad para hacer esta decisión personal? Ante esto la teología ha aportado el paradigma llamado “la edad de la conciencia” Este concepto enseña que aquellos que mueren antes de alcanzar “la edad en que son responsables” son salvados automáticamente, por la gracia y misericordia de Dios.
“La edad de la conciencia” es la creencia de que Dios salva a todos aquellos que mueren antes de alcanzar la habilidad para hacer una decisión por o contra Cristo. Los trece primeros años de un ser humano, es la etapa comúnmente designada como la edad de la conciencia, basándose en la costumbre hebrea de que un niño se convierte en adulto a esta edad. Sin embargo, la Biblia no proporciona un soporte directo a la edad de los 13 años como la edad de la conciencia. Más bien, podríamos decir, que ésta varía de un niño a otro. He observado que un niño ha pasado la edad de la conciencia, una vez que es capaz de hacer una decisión de fe a favor o en contra de Cristo.
Con todo lo anterior en mente, también necesito considerar lo siguiente: la muerte de Cristo es presentada, en las Escrituras, como suficiente para toda la raza humana. La primera epístola de Juan dice que Jesús “…es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1ra Juan 2:2). Este verso es claro en que la muerte de Jesús fue suficiente por todos los pecados, no sólo los pecados de aquellos que específicamente han venido a Él en fe.
El hecho de que la muerte de Cristo fue suficiente por todos los pecados permitiría la posibilidad de que Dios aplicara ese pago en aquellos que nunca tuvieron la capacidad para creer.
El pasaje bíblico que parece identificarse con este tema de la muerte de los bebés, más que ningún otro, lo encontramos en el segundo libro del profeta Samuel (capítulo 12 vv. 21-23). El contexto de estos versos relata que el rey David cometió adulterio con Betsabé resultando ella embarazada. Dios envió al profeta Natán para informar a David que por su pecado, el Señor había decretado la muerte del niño. David respondió a esto con lamentos, aflicción, y oración por el niño. Pero, una vez que el niño murió, el lamento de David terminó. Sus siervos se sorprendieron de escuchar esto. Ellos le dijeron al rey David, “¿Qué es esto que has hecho? Por el niño, viviendo aún, ayunabas y llorabas; y muerto él, te levantaste y comiste pan. Y él respondió; Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo; ¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño? Mas ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí.” Esta no es la respuesta de un padre abatido en luto. Es la respuesta de confianza de un hombre conforme al corazón de Dios. La respuesta de David puede ser vista como un argumento de que aquellos que no pueden creer están a salvo en el Señor. David dijo que él podría ir al niño, pero que él no podría traer al niño de regreso con él. También, e igualmente importante, es que David parece ser confortado con esto. En otras palabras, David parecía estar diciendo que él vería al niño nuevamente (en la resurrección de los muertos) aunque él no lo pudiera traer de regreso.
Por último queda una pregunta para contestar: ¿cuándo un niño muere, se convierte en ángel?
Debemos decir que de acuerdo a la revelación escritural hay dos tipos de creación. Dios hizo un mundo físico, material con criaturas de carne y sangre, incluyendo los seres humanos. Asimismo Dios creó seres totalmente espirituales que se nombran ángeles. Ellos no están limitados por un cuerpo material como los seres humanos. La Biblia nos dice que Dios utiliza los ángeles como mensajeros a los seres humanos y que existen para alabar y dar culto a Dios y servir a aquellos que son herederos de su promesa.
El error de todos los paradigmas falsos que se proclaman al morir un infante, surge del hecho que resultando muy difícil plasmar una representación o imaginar como son los ángeles, los pintores y los escritores los representaron semejantes a los humanos, con cuerpo y alas. Una gran mayoría de estas representaciones eran niños pequeños con alas (el dios cupido de los mitos romanos).
Los niños que no alcanzaron la capacidad de razonamiento fueron creados como seres humanos. Siempre serán seres humanos. Cuando mueren, no se convierten en ángeles, una clase de criatura diferente. Así como Jesús no llegó a convertirse en ángel cuando murió y resucitó, así no se va a convertir en ángel ningún ser humano. En este mundo nosotros conocemos y amamos a los niños como seres humanos. Después de la muerte los niños siguen siendo seres humanos.
Por tanto, creo que los seres humanos que mueren como bebés o niños pequeños reciben el don de la salvación. No se les da ese regalo porque estén sin pecado; ellos también han heredado la maldición de Adán. Se les da la salvación sobre la base exclusiva de la gracia de Dios, por medio de la expiación de Cristo a su favor.
"Así pues, tal como por una transgresión resultó la condenación de todos los hombres, así también por un acto de justicia resultó la justificación de vida para todos los hombres. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos" (Romanos 5:18-19).
Los bebés no tenían nada que ver con el hecho de ser herederos de la naturaleza pecaminosa de Adán. Por tanto, es lógico que se les pueda dar el regalo de la salvación sin que lo hayan aceptado conscientemente. Sólo el rechazo del amor de Cristo por ellos -algo que no puede ocurrir hasta que alcancen la edad en que les sea posible pecar conscientemente- puede dar como resultado el que pierdan el don de Cristo.
Desde estas líneas y volviendo a la noticia que me llevó a esta enseñanza, quiero expresar compasión y consuelo a los padres de Renzo en este largo camino pleno de coraje y ejemplaridad para apostar a la vida. Solamente puedo abrazarlos en estas pocas palabras, para no decir nada, pero sentir juntos que no están solos en el dolor, y que el amor de Renzo vivirá por siempre en todo aquello que, sin cancelar el duelo ni el dolor, lo recordarán en los días que estuvo vivo entre nosotros. Desde allí descubrirán que la muerte no mata. Sino que desde que el Mesías se manifestó entre los hombres y llevó el pecado humano en sí mismo hasta la muerte de cruz, aquel que está bajo su obrar (en este caso un bebé) aunque esté muerto vivirá en su poder de resurrección.